CUENTOS PARA NIÑOS

ABDULA Y EL GENIO


 Abdula y el genio

 Allí donde las arenas doradas del desierto lindan con el profundo mar azul vivía una vez un pobre pescador llamado Abdula. Pasaba horas y horas en la playa echando su red al agua. La mayor parte de los días tenía suerte y pescaba algo. Pero un día la suerte le volvió la espalda. La primera vez que lanzó su red recogió un paquete de algas verdes y viscosas. La segunda, un montón de fuentes y platos rotos. Y la tercera, una masa de pegajoso limo negro. Abdula y el genio "Un momento", pensó mientras miraba el fango que chorreaba de la red. "También hay una vieja botella. Me pregunto qué contendrá." Abdula intentó sacar el tapón. Al fin, después de tirar de él durante un rato, lo consiguió y una bocanada de polvo se escapó de la botella. El polvo se convirtió pronto en humo y tomó diversas coloraciones que empezaron a dibujar una forma: primero una cara, después un cuerpo... La figura creció y creció. En pocos segundos un enorme genio se elevó por encima del aterrado pescador. —¡Al fin libre! -rugió una voz más potente que el trueno-. ¡Libre después de tantos años! ¡Ahora voy a devorarte! Abdula apretó la cabeza entre sus manos y gritó: -¿Por qué? ¿Por qué? ¿Qué os he hecho? -¡Te cortaré en pedacitos! -exclamó el genio, al tiempo que mataba una bandada de pájaros que pasaba volando por encima de su hombro. -No lo hagáis, Señor Genio -suplicó Abdula. cayendo de rodillas- No quería molestaros. ¡Por favor, no me matéis! -¡Te haré trocitos y te arrojaré a los peces! -vociferó el genio, que desenfundó una enorme espada curvada con la que rozó la nariz del pescador. -¡Tened piedad! -lloró Abdula-¿Qué daño os he hecho yo? -¡Silencio! -tronó el genio. Gritó tan fuerte que el eco de su voz hizo entrar en erupción un volcán cercano-. ¡Cállate y te diré por qué voy a matarte! Y sin retirar su espada del rostro de Abdula, el genio comenzó su historia... -El Gran Sultán Soleimán me encerró en esa botella para castigarme por los maleficios que realizaba en su reino. Me comprimió en esa horrible carcel de vidrio como una ballena prensada en un huevo. Luego la arrojó al mar. He permanecido durante siglos en el oscuro fango. Lo único que oía era mi propia respiración. Lo único que sentía eran los latidos de mi corazón. Mi única esperanza era ser pescado y liberado por un pescador. Durante los primeros mil años grité: ¡Suéltenme! ¡Suéltenme! A quien me haga salir le otorgaré la realización de tres deseos. Pero nadie me oyó y nadie me liberó. Durante los mil años siguientes grité: ¡Suéltenme! ¡Suéltenme! Quien me haga salir recibirá Arabia entera como recompensa. Pero nadie me oyó y nadie me liberó. Durante los mil años siguientes quedé quieto y pensé para mis adentros: Si logro salir alguna vez de esta horrible botella, mataré al primer hombre a quien vea. ¡Y después de él a todos los que me encuentre! -¡Pero el Sultán Soleimán murió hace casi tres mil años! -gritó Abdula. -¡Exacto! -replicó con brusquedad el genio-. ¿Te sorprende que esté de tan pésimo humor? Profirió un gran grito y el agua se puso a hervir en torno a sus tobillos. Levantó su gigantesca espada, que centelleó al sol, y cortó una nube en tiras encima de su cabeza. Luego miró hacia abajo para disfrutar por última vez del espectáculo del rostro aterrado del pescador. Pero Abdula no sólo no estaba asustado sino que permanecía de pie, con los brazos en jarras, la cabeza ladeada y la cara iluminada por una sonrisa. -Vamos, vamos, genio -dijo tranquilamente- Deja de tomarme el pelo y dime, de verdad, de dónde has salido. El suelo tembló cuando el genio inspiró profundamente. -¿Qué? ¡Tú, gusano! ¡Tú, inmundo bicharraco! ¡Prepárate a morir! -¡Oh, vamos! Tú bromeas. Menudo cuento. Dime la verdad. Yo estaba distraído vaciando esa vieja botella y no te he visto acercarte. -¿Qué? ¡Tú, hormiga! ¡Tú, tijereta! ¡Yo he salido de esa botella! ¡Y voy a matar a todo el mundo! -Pero amigo mío, amigo mío -suspiró Abdula- Tu madre nunca te enseñó a decir mentiras, sobre todo gordas. Basta ver el tamaño de esa botella y las dimensiones de tu cuerpo: tú has salido de esa botella tanto como yo. Entonces, Abdula, con grandes aspavientos, hizo como que intentaba meter el pie por el estrecho cuello de la botella. -¡Tú, cucaracha! Tú... tú... El labio inferior del genio empezó a temblar. -¡Te digo que he salido de esa botella! -¡Puafl -se burló Abdula- Entonces demuéstramelo. Los pelos del pecho sucio del genio empezaron a erizarse y levantó el puño hacia el cielo con rabia. Luego, tras quedarse unos instantes pensativo, se fundió como un pedazo de mantequilla, en todos los colores del arco iris. Después los colores se diluyeron y un chaparrón de humo y ceniza se desplomó sobre la botellita y se quedó encerrado dentro. -¿Lo ves? -dijo una extraña voz cavernosa desde el interior-¿No te lo había dicho? Rápido como un relámpago, Abdula sacó el tapón de su bolsillo y lo introdujo en el cuello de la botella. Lo enroscó y lo apretó hasta que quedó bien ajustado. -¡Eh! ¡Tú, gusano, déjame salir! ¡Déjame salir inmediatamente! genio en la botella -¡Oh, no!- dijo Abdula con una sonrisa- Ahí te puedes quedar otros mil años si vas a ser tan desagradable. -¡No! ¡Por favor, no! Te prometo realizar tres de tus deseos si me dejas salir otra vez. ¡Abre esta botella ahora mismo, hormiga! Abdula tomó impulso y con todas sus fuerzas arrojó la botella al mar tan lejos como pudo. abdula genio botella -¡Te regalaré Arabia entera! -chilló el genio mientras la botella volaba por los aires. Hizo "plop" al caer al agua. No se oyó nada más, salvo el ruido de las olas que llegaban suavemente a la orilla. Más tarde, aquel mismo día, Abdula regresó a la playa y colocó un letrero que decía: "Cuidado con el genio de la botella. No pescar." Y se fue con su red bajo el brazo a instalarse en otro lugar de la playa. Este cuento corresponde a una colección de recursos infantiles para niños. Portal como Chiquipedia.com te ofrecen todos los recursos que necesitas para educar, entretener o divertir a un niños, desde recursos de papiroflexia o globoflexia, hasta dibujos para colerear o juegos infantiles.



 EL HADA MUERDAGO

 El hada Muérdago es pequeña, muy pequeña. Viste de verde y rojo y, cuando se siente especialmente entusiasmada o nerviosa, agita sin parar sus hermosas y centelleantes alas de color dorado. El hada Muérdago es graciosa, muy graciosa y también divertida, alegre y bulliciosa pero, sobre todo, es una de las hadas más responsables y sensatas de todo el bosque mágico lo cual motivó -hace ya muchos, muchos años- que el Consejo Supremo de las Hadas decidiera nombrarla Guardiana de la Magia de la Navidad. Una gran elección, sin duda. Ni un sólo año, desde que ella se hizo cargo del asunto, ha faltado la Navidad en nuestro mundo. Bueno, hubo cierta vez en que casi, casi nos quedamos sin ella. Pero sólo casi. Cada año, la pequeña Muérdago, días antes de emprender el vuelo para esparcir la magia por todo el mundo, inspeccionaba el cofre donde la guardaba -bajo siete llaves y siete candados- para asegurarse de que todo estuviera en perfectas condiciones, le quitaba un poco el polvo, le daba brillo y la dejaba lista para el gran día. Pero ese triste año, Muérdago se llevó una gran -y desagradable- sorpresa: la preciosa cajita había desaparecido. Puf. No estaba en su sitio. Puf. Se había esfumado. Puf. Se había evaporado. Muérdago primero se sorprendió. Después se enfadó. Luego se asustó. Por último se inquietó, agitó sus alas con nerviosismo y se mordió las uñas mientras pensaba en dónde podía estar el arca. Recorrió su casa-abeto de arriba abajo, de abajo arriba, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha. Nada. Miró bajo la cama, las sillas, las mesas, la cocina, las alfombras y hasta bajo los jarrones. Nada. Miró en las macetas, las ollas, los armarios, entre las sábanas e, incluso, en la bañera. Nada. Buscó en las copas más altas de los árboles más altos. Nada. Buscó entre las hojas al pie de cada árbol. Nada. Husmeó en guaridas, madrigueras y cubiles. Nada. Recorrió el bosque mágico de norte a sur y de este a oeste. Escudriñó cada rincón y bajo cada planta y animal. Nada. La pobre Muérdago se sentía cada vez más triste y desesperada. Si no encontraba pronto la caja no habría magia, no habría luces de colores, no habría canciones, no habría brillantes adornos, no habría árboles decorados, no habría reuniones familiares, ni regalos, ni niños sonrientes… El hada lloraba con enorme desconsuelo. Era la primera vez que fallaba en su importante misión. ¿Cómo iba a explicarlo ante el Consejo Supremo? ¿Y qué iba a ser de los niños? ¿Cómo iba a mirar a la cara a los habitantes del bosque? ¿Qué sería de los niños? ¿Quién se habría llevado la cajita? ¿Y qué iba a ser de los niños? (Como se puede comprobar a Muérdago le preocupaban mucho los niños…). No había tiempo de ponerse a investigar. La Navidad estaba a la vuelta de la esquina, tenía que encontrar una solución pronto. Y, mientras le daba vueltas al asunto y pensaba en las caras llenas de ilusión de los niños, a Muérdago se le ocurrió una idea. En un instante tuvo claro lo que debía hacer. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? La respuesta estaba en los niños. Por supuesto. Daba igual que no encontrara la cajita. La magia que guardaba en ella no era la importante, la verdadera magia, la que contaba, era la que guardaban los niños durante todo el año en sus corazones. Ellos eran los auténticos cofres mágicos. Muérdago saltó, bailó y cantó llena de alegría. Agitó sus doradas alas y, alzando el vuelo, puso rumbo a nuestro mundo, para recoger la magia infantil y luego repartirla por todos los corazones adultos del mundo. De sus sonrisas tomó la luz, de sus voces la música, de sus ojos el brillo mágico, de sus abrazos el calor, de sus sueños la ilusión, de su corazón el amor. Fue de aquí para allá, recolectando un poco de cada niño y, cuando hubo reunido una considerable cantidad de magia volvió a sobrevolar el mundo dejándola caer sobre pueblos y ciudades, sobre cada casa y cada edificio. Y, a su paso, todo cobraba color y calor. A partir de entonces, Muérdago, dejó de guardar la magia navideña en una cajita escondida en su casa-abeto en lo profundo del bosque mágico. No lo necesitaba. Tenía una fuente inagotable de magia en los cálidos corazones de los niños. Ah, nadie supo jamás quién o qué hizo desaparecer la caja mágica aunque cuentan de cierto viejo y gruñón dragón al que, aquel año, se le vio sonreír más de lo habitual y llevar unos curiosos y brillantes adornos en sus alas pero, bueno, eso es otra historia bien diferente. Igual la cuento otro día…



Ricitos de oro
Erase una vez una tarde , se fue Ricitos de Oro al bosque y se puso a coger flores. Cerca de alli, habia una cabaña muy bonita , y como Ricitos de Oro era una niña muy curiosa , se acerco paso a paso hasta la puerta de la casita. Y empujo.
La puerta estaba abierta. Y vio una mesa.
Encima de la mesa habia tres tazones con leche y miel. Uno , era grande; otro, mediano; y otro, pequeño. Ricitos de Oro tenia hambre, y probo la leche del tazon mayor. ¡Uf! ¡Esta muy caliente!
Luego, probo del tazon mediano. ¡Uf! ¡Esta muy caliente! Despues, probo del tazon pequeñito, y le supo tan rica que se la tomo toda, toda.
Habia tambien en la casita tres sillas azules: una silla era grande, otra silla era mediana, y otra silla era pequeñita. Ricitos de Oro fue a sentarse en la silla grande, pero esta era muy alta. Luego, fue a sentarse en la silla mediana. Pero era muy ancha. Entonces, se sento en la silla pequeña, pero se dejo caer con tanta fuerza, que la rompio.
Entro en un cuarto que tenia tres camas. Una, era grande; otra, era mediana; y otra, pequeña.
La niña se acosto en la cama grande, pero la encontro muy dura. Luego, se acosto en la cama mediana, pero tambien le perecio dura.
Despues, se acosto, en la cama pequeña. Y esta la encontro tan de su gusto, que Ricitos de Oro se quedo dormida.
Estando dormida Ricitos de Oro, llegaron los dueños de la casita, que era una familia de Osos, y venian de dar su diario paseo por el bosque mientras se enfriaba la leche. Uno de los Osos era muy grande, y usaba sombrero, porque era el padre. Otro, era mediano y usaba cofia, porque era la madre. El otro, era un Osito pequeño y usaba gorrito: un gorrito muy pequeño.
El Oso grande, grito muy fuerte: -¡Alguien ha probado mi leche! El Oso mediano, gruño un poco menos fuerte: -¡Alguien ha probado mi leche! El Osito pequeño dijo llorando con voz suave: se han tomado toda mi leche!
Los tres Osos se miraron unos a otros y no sabian que pensar.
Pero el Osito pequeño lloraba tanto, que su papa quiso distraerle. Para conseguirlo, le dijo que no hiciera caso , porque ahora iban a sentarse en las tres sillas de color azul que tenian, una para cada uno.
Se levantaron de la mesa, y fueron a la salita donde estaban las sillas.
¿Que ocurrio entonces?.
El Oso grande grito muy fuerte: -¡Alguien ha tocado mi silla! El Oso mediano gruño un poco menos fuerte.. -¡Alguien ha tocado mi silla! El Osito pequeño dijo llorando con voz suave: se han sentado en mi silla y la han roto!
Siguieron buscando por la casa, y entraron en el cuarto de dormir. El Oso grande dijo: -¡Alguien se ha acostado en mi cama! El Oso mediano dijo: -¡Alguien se ha acostado en mi cama!
Al mirar la cama pequeñita, vieron en ella a Ricitos de Oro, y el Osito pequeño dijo:
-¡Alguien esta durmiendo en mi cama!
Se desperto entonces la niña, y al ver a los tres Osos tan enfadados, se asusto tanto, que dio un salto y salio de la cama.
Como estaba abierta una ventana de la casita, salto`por ella Ricitos de Oro, y corrio sin parar por el bosque hasta que encontro el camino de su casa. 





El Enano Saltarín
Cuentan que en un tiempo muy lejano el rey decidió pasear por sus dominios, que incluían una pequeña aldea en la que vivía un molinero junto con su bella hija. Al interesarse el rey por ella, el molinero mintió para darse importancia: - Además de bonita, es capaz de convertir la paja en oro hilándola con una rueca. El rey, francamente contento con dicha cualidad de la muchacha, no lo dudó un instante y la llevó con él a palacio.
Una vez en el castillo, el rey ordenó que condujesen a la hija del molinero a una habitación repleta de paja, donde había también una rueca: - Tienes hasta el alba para demostrarme que tu padre decía la verdad y convertir esta paja en oro. De lo contrario, serás desterrada. La pobre niña lloró desconsolada, pero he aquí que apareció un estrafalario enano que le ofreció hilar la paja en oro a cambio de su collar.
La hija del molinero le entregó la joya y... zis-zas, zis-zas, el enano hilaba la paja que se iba convirtiendo en oro en las canillas, hasta que no quedó ni una brizna de paja y la habitación refulgía por el oro. Cuando el rey vio la proeza, guiado por la avaricia, espetó: - Veremos si puedes hacer lo mismo en esta habitación. - Y le señaló una estancia más grande y más repleta de oro que la del día anterior.
La muchacha estaba desesperada, pues creía imposible cumplir la tarea pero, como el día anterior, apareció el enano saltarín: - ¿Qué me das si hilo la paja para convertirla en oro? - preguntó al hacerse visible. - Sólo tengo esta sortija - Dijo la doncella tendiéndole el anillo. - Empecemos pues, - respondió el enano. Y zis-zas, zis-zas, toda la paja se convirtió en oro hilado.
Pero la codicia del rey no tenía fin, y cuando comprobó que se habían cumplido sus órdenes, anunció: - Repetirás la hazaña una vez más, si lo consigues, te haré mi esposa - Pues pensaba que, a pesar de ser hija de un molinero, nunca encontraría mujer con dote mejor. Una noche más lloró la muchacha, y de nuevo apareció el grotesco enano: - ¿Qué me darás a cambio de solucionar tu problema? - Preguntó, saltando, a la chica.
- No tengo más joyas que ofrecerte - y pensando que esta vez estaba perdida, gimió desconsolada. - Bien, en ese caso, me darás tu primer hijo - demandó el enanillo. Aceptó la muchacha: “Quién sabe cómo irán las cosas en el futuro” - Dijo para sus adentros. Y como ya había ocurrido antes, la paja se iba convirtiendo en oro a medida que el extraño ser la hilaba.
Cuando el rey entró en la habitación, sus ojos brillaron más aún que el oro que estaba contemplando, y convocó a sus súbditos para la celebración de los esponsales. Vivieron ambos felices y al cabo de una año, tuvieron un precioso retoño. La ahora reina había olvidado el incidente con la rueca, la paja, el oro y el enano, y por eso se asustó enormemente cuando una noche apareció el duende saltarín reclamando su recompensa.
- Por favor, enano, por favor, ahora poseo riqueza, te daré todo lo que quieras. - ¿Cómo puedes comparar el valor de una vida con algo material? Quiero a tu hijo - exigió el desaliñado enano. Pero tanto rogó y suplicó la mujer, que conmovió al enano: - Tienes tres días para averiguar cuál es mi nombre, si lo aciertas, dejaré que te quedes con el niño.
Por más que pensó y se devanó los sesos la molinerita para buscar el nombre del enano, nunca acertaba la respuesta correcta. Al tercer día, envió a sus exploradores a buscar nombres diferentes por todos los confines del mundo. De vuelta, uno de ellos contó la anécdota de un duende al que había visto saltar a la puerta de una pequeña cabaña cantando: - “Yo sólo tejo, a nadie amo y Rumpelstilzchen me llamo”
Cuando volvió el enano la tercera noche, y preguntó su propio nombre a la reina, ésta le contestó: - ¡Te llamas Rumpelstilzchen! - ¡No puede ser! - gritó él - ¡No lo puedes saber! ¡Te lo ha dicho el diablo! - Y tanto y tan grande fue su enfado, que dio una patada en el suelo que le dejó la pierna enterrada hasta la mitad, y cuando intentó sacarla, el enano se partió por la mitad.




El León y El Ratón
Una tarde muy calurosa, un león dormitaba en una cueva fría y oscura. Estaba a punto de dormirse del todo cuando un ratón se puso a corretear sobre su hocico. Con un rugido iracundo, el león levantó su pata y aplastó al ratón contra el suelo.
-¿Cómó te atreves a despertarme? -gruñó- Te-voy a espachurrar.


El león y el ratón

-Oh, por favor, por favor, perdóname
la vida -chilló el ratón atemorizado-Prometo ayudarte algún día si me dejas marchar.
-¿Quieres tomarme el pelo? -dijo el león-. ¿Cómo podría un ratoncillo birrioso como tú ayudar a un león grande y fuerte como yo?
Se echó a reír con ganas. Se reía tanto que en un descuido deslizó su pata y el ratón escapó.
Unos días más tarde el león salió de caza por la jungla. Estaba justamente pensando en su próxima comida cuando tropezó con una cuerda estirada en medio del sendero. Una red enorme se abatió sobre él y, pese a toda su fuerza, no consiguió liberarse. Cuanto más se removía y se revolvía, más se enredaba y más se tensaba la red en torno a él.
El león empezó a rugir tan fuerte que todos los animales le oían, pues sus rugidos llegaban hasta los mismos confines de la jungla. Uno de esos animales era el ratonállo, que se encontraba royendo un grano de maíz. Soltó inmediatamente el grano y corrió hasta el león.
—¡Oh, poderoso león! -chilló- Si me hicieras el favor de quedarte quieto un ratito, podría ayudarte a escapar.
El león se sentía ya tan exhausto que permaneció tumbado mirando cómo el ratón roía las cuerdas de la red. Apenas podía creerlo cuando, al cabo de un rato, se dio cuenta de que estaba libre.
-Me salvaste la vida, ratónenle —di¡o—. Nunca volveré a burlarme de las promesas hechas por los amigos pequeños.


El Zorro Glotón
Un buen día, un zorro encontró una cesta de comida que unos granjeros habían dejado en el hueco de un árbol. Haciéndose tan pequeño como pudo, pasó por el estrecho agujero para que los demás animales no le vieran zampándose aquel rico banquete.
El zorro glotón




El zorro comió, comió, comió... y comió todavía un poco más. ¡No había comido tanto en toda su vida! Pero cuando terminó todo y quiso salir del árbol, no pudo moverse ni un centímetro. ¡Se había vuelto demasiado gordo para salir por el hueco! Pero el zorro glotón no cayó en la cuenta de que había comido demasiado y pensó que el árbol se había hecho más pequeño. Asomó la cabeza por el agujero y gritó:
-ISocorrooo! iSocorrooo! Sacadme de esta horrible trampa.
En ese mismo momento, una comadreja pasó por allí y, al verla, el zorro exclamó:
-Oye, comadreja, ayúdame a salir. El árbol está encogiendo y me está aplastando.
-A mí no me lo parece -rió la pequeña comadreja- El árbol es igual de grande que cuando lo he visto esta mañana. Quizá tú hayas engordado.
-¡No digas tonterías y sácame de aquí! -le chilló el zorro— Me muero, en serio.
A esto la comadreja replicó: -Lo tienes bien merecido por comer demasiado. Lo malo es que tienes los ojos más grandes que el estómago. Tendrás que quedarte ahí hasta que adelgaces... y entonces podrás salir. Así aprenderás a no ser tan glotón.
El pobre zorro tuvo que quedarse dos días y dos noches en su triste encierro. ¡Nunca jamás volvería a comer tanto!


El Mago Merlín
Hace muchos años, cuando Inglaterra no era más que un puñado de reinos que batallaban entre sí, vino al mundo Arturo, hijo del rey Uther.
La madre del niño murió al poco de nacer éste, y el padre se lo entregó al mago Merlín con el fin de que lo educara. El mago Merlín decidió llevar al pequeño al castillo de un noble, quien, además, tenía un hijo de corta edad llamado Kay. Para garantizar la seguridad del príncipe Arturo, Merlín no descubrió sus orígenes.
Cada día Merlín explicaba al pequeño Arturo todas las ciencias conocidas y, como era mago, incluso le enseñaba algunas cosas de las ciencias del futuro y ciertas fórmulas mágicas.
Los años fueron pasando y el rey Uther murió sin que nadie le conociera descendencia. Los nobles acudieron a Merlín para encontrar al monarca sucesor. Merlín hizo aparecer sobre una roca una espada firmemente clavada a un yunque de hierro, con una leyenda que decía:
"Esta es la espada Excalibur. Quien consiga sacarla de este yunque, será rey de Inglaterra"
Los nobles probaron fortuna pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no consiguieron mover la espada ni un milímetro. Arturo y Kay, que eran ya dos apuestos muchachos, habían ido a la ciudad para asistir a un torneo en el que Kay pensaba participar.
Cuando ya se aproximaba la hora, Arturo se dio cuenta de que había olvidado la espada de Kay en la posada. Salió corriendo a toda velocidad, pero cuando llegó allí, la puerta estaba cerrada.
Arturo no sabía qué hacer. Sin espada, Kay no podría participar en el torneo. En su desesperación, miró alrededor y descubrió la espada Excalibur. Acercándose a la roca, tiró del arma. En ese momento un rayo de luz blanca descendió sobre él y Arturo extrajo la espada sin encontrar la menor resistencia. Corrió hasta Kay y se la ofreció. Kay se extrañó al ver que no era su espada.
Arturo le explicó lo ocurrido. Kay vio la inscripción de "Excalibur" en la espada y se lo hizo saber a su padre. Éste ordenó a Arturo que la volviera a colocar en su lugar. Todos los nobles intentaron sacarla de nuevo, pero ninguno lo consiguió. Entonces Arturo tomó la empuñadura entre sus manos. Sobre su cabeza volvió a descender un rayo de luz blanca y Arturo extrajo la espada sin el menor esfuerzo.
Todos admitieron que aquel muchachito sin ningún título conocido debía llevar la corona de Inglaterra, y desfilaron ante su trono, jurándole fidelidad. Merlín, pensando que Arturo ya no le necesitaba, se retiró a su morada.
Pero no había transcurrido mucho tiempo cuando algunos nobles se alzaron en armas contra el rey Arturo. Merlín proclamó que Arturo era hijo del rey Uther, por lo que era rey legítimo. Pero los nobles siguieron en guerra hasta que, al fin, fueron derrotados gracias al valor de Arturo, ayudado por la magia de Merlín.
Para evitar que lo ocurrido volviera a repetirse, Arturo creó la Tabla Redonda, que estaba formada por todos los nobles leales al reino. Luego se casó con la princesa Ginebra, a lo que siguieron años de prosperidad y felicidad tanto para Inglaterra como para Arturo.
"Ya puedes seguir reinando sin necesidad de mis consejos -le dijo Merlín a Arturo-. Continúa siendo un rey justo y el futuro hablará de tí"

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